Por qué Bucear en las Islas Galápagos, Nuestra Experiencia de Buceo

Estamos flotando, ingrávidos, en un vacío de índigo profundo, mientras los peces se deslizan en enjambres relucientes, como algo sacado de un carrete de película de dibujos animados: primero, peces loro iridiscentes que brillan en rosa pastel y turquesa, luego pargos de rayas azules con dibujos de pequeñas cebras marinas, luego cómicos peces que sonríen con labios parecidos a los de un ser humano y peces de cola amarilla que se lanzan en coloridos clanes.

Entonces vislumbramos la tenue silueta de una raya águila, cuyas aletas se agitan graciosamente como las alas de una mariposa gigante mientras una tortuga se desliza sobre ella en una visión de verde sedoso. Estamos buceando en las Islas Galápagos en una excursión desde la isla principal, Santa Cruz, y ya estamos asombrados por todo lo que nos rodea. Pero es en nuestra segunda inmersión cuando se produce la verdadera magia. Hemos necesitado muy poco tiempo para saber por qué bucear en las Islas Galápagos.

A los pocos minutos de descender, divisamos un grupo de tiburones de punta blanca descansando tranquilamente en el fondo del mar, con sus enormes cuerpos grises camuflados en la arena y sus colas triangulares agitándose detrás de ellos. Entonces seguimos al instructor hasta una profunda grieta rocosa y uno se precipita junto a nuestra cara, con sus aletas blancas como el hielo tan cerca que casi nos estremecemos, con su gran cara de ojos saltones a menos de un metro de la nuestra.

Asomamos la cabeza por el coral abierto para ver otro grupo de tres que se refugia de la corriente, y luego nos refugiamos nosotros mismos retrocediendo rápidamente hacia el azul nublado que lo rodea.

El resto de la inmersión en las Islas Galápagos es más tranquila; coloridos peces ángel, delgadas barracudas y una estrella de mar de lunares nos acompañan mientras nos deslizamos serenamente, las ráfagas intermitentes de agua helada nos despiertan de un aturdimiento por lo demás tranquilo, mientras lo único que podemos oír es el pesado sonido de nuestra respiración y el tintineo de nuestro tanque.

Cuando salimos a la superficie una hora más tarde, no estamos preparados para volver al mundo normal, la paz submarina se ve interrumpida por el estruendo de las olas, el aullido del viento y el balanceo del barco.

Pero pronto recordamos que este no es un mundo normal. Nos detenemos a nuestro regreso para bucear, saltando a una zona de agua de un color tan perfecto como el del curazao, en la que se podría poner una pajita y beber un trago. En pocos minutos estamos nadando junto a un dúo de focas peleteras, sus bigotes casi rozando nuestra cara, sus cuerpos lisos y brillantes corriendo por debajo, alrededor y por encima de nosotros, como un par de gatitos juguetones.

Puede que sea el tipo de encuentro al que nos he acostumbrado después de una semana explorando estas islas de otro mundo, pero estamos tan asombrados como el primer día, y se nos queda grabado en la memoria para siempre.